jueves, 23 de julio de 2009

Oceanos de tebeo, espadas de Papel.


OCÉANOS DE TEBEO,
ESPADAS DE PAPEL.


Después de tanto tiempo sin escribir…

No…no voy a empezar así. Sé que os debo una explicación (¿ De qué me suena esta frase?, ¡Es fantástica!), os debo alguna disculpa y muchos agradecimientos, especialmente a tí , Lorie y a todos los que con vuestros comentarios, correos y recuerdos no me habéis dejado marcharme del todo. Todo ello quiero prepararlo en un guiso literario de exquisito cuidado, cariño y dedicación ( ¡Dichoso perfeccionismo…!) pero para ello necesito algo más de tiempo y ahora estoy muy escaso.

Mientras tanto os dejo este texto que llevaba mucho tiempo preparando pero nunca llegué a terminar. Hay varias cosas que me han llevado a culminarlo al fin y publicarlo: La tristeza por la noticia del posible cierre del “Sonrían” , el blog de Julien,; una sugerencia por parte de Lorielana y un comentario que leí de Hyperion proponiéndole a Julien un texto acerca del Cómic. Curiosamente, yo ya tenía uno en proyecto. Así que mientras Julien prepara el suyo me gustaría que aceptarais éste como un regalo dedicado.

Permitidme que se lo dedique con cariño a Lorielana, a Julien y a Hyperion, y de paso a quiénes, como ellos y ella , tenéis la extraña capacidad de provocarme para que vuelva a escribir.

-----------------

Crecí leyendo tebeos . No fue hasta mucho tiempo después que se les empezó a llamar cómics y pasaron a ser considerados objetos de coleccionismo, lo cuál ha incrementado cruelmente su precio. Pero en mi niñez (años 70, para calmar vuestra curiosidad) eran “tebeos” y sólo necesitabas tener un puñado para acceder a todo un universo de posibilidades, pues los intercambios, más o menos amistosos, facilitaban que siempre pudieses tener tu montón en renovación constante.

Debo aclarar eso de que “crecí”. Crecí emocionalmente, crecí intelectualmente, pero crecí mucho menos físicamente. Ser un chico bajito, enclenque, enfermillo, con gafas (enormes y pesadas) y que jugaba mal al futbol en un barrio de Madrid o más bien un Madrid de barrio, no era precisamente una garantía de éxito. Yo por entonces era “motero”, es decir, acumulaba todos los motes que se les ocurrían a mis ingeniosos vecinos y compañeros de clase. Era un blanco perfecto, sin que esto tenga connotaciones racistas. Recordadme algún día que escriba un artículo sobre los motes, porque había algunos realmente ingeniosos, he de reconocerlo. Personalmente prefería los motes a las persecuciones y a las “bromas” pesadas a las que me sometían, pero eso… es otra historia.

Dejemos, pues, la autocompasión a un lado. Mis relaciones interpersonales consistían fundamentalmente en hacer de árbitro o de poste, en aquellos interminables encuentros de deporte patrio, versión descampado. Había ocasiones en que me trataban como si fuese el balón, pero ya he dicho que no iba a hablar de un tema que, aunque no lo parezca, tengo completamente superado. He de hacer constar que yo amaba el fútbol y ese amor incondicional era el que me hacia soportar estoicamente tal maltrato.

Una deseada alternativa eran “los juegos de chicas”, esos fantásticos, inmensamente atractivos, entretenidos y absorbentes juegos de rol, posiblemente derivados de esas fantásticas, inmensamente atractivas, entretenidas y absorbentes personas que son las chicas. Yo era de los que me moría por jugar con ellas, pero hacerlo en exceso y en determinados juegos, en aquella época, hubiera significado añadir a mi “curriculum” algún calificativo despectivo más que no deseaba. Así que cuando me cansaba de mi ajetreada vida social como atrezzo deportivo me refugiaba en un rincón de mi habitación con un tebeo en las manos y varios a mi diestra.

- ¡ A ver cuando te veo coger un libro con el mismo interés!

Era una de las frases preferidas de mi madre. Entendámonos, a mi me encantaban los libros, especialmente los libros de ficción y aventuras. Siempre he considerado a Verne, Salgari, Dumas, Stevenson, Melville…como compañeros de infancia. Mi madre se refería a los libros de texto. Yo ni siquiera los consideraba libros. Se suponía que los libros eran algo divertido y apasionante y además, en aquellos años, aún era capaz de aprobar sin estudiar. Disfrutaba con los libros, os contaba, pero tenían dos grandes inconvenientes; Eran caros, sensiblemente más que un tebeo y no podías cambiarlos con otros niños. Dependía, pues, de la biblioteca municipal y de mi abuela.

Mi abuela, mi única abuela, era mi proveedora de lectura. El domingo era mi día preferido porque llegaba provista de un prometedor y abultado capacho cargado de género. Genero literario fresco y presto a ser devorado.

Leer un tebeo tenía algo de ritual. Un ritual que comenzaba por la admiración reverente de la portada en sus menores detalles como anticipo de las intensas emociones que aguardaban dentro. Eran la obra magna del dibujante, seduciéndonos con una de las escenas clave, a todo color y con todo lujo de detalles. Después… llegaba LA ACCIÓN.

Sí, he dicho acción, porque algo que siempre he admirado de los cómics es cómo las imágenes adquirían movimiento, cómo unas cuantas viñetas y los cambios en la postura y expresión de los personajes conseguían alterar el ritmo de la historia y llevarnos de momentos reflexivos a otros de acción frenética.

Disfrutaba los tebeos, los exprimía al máximo. No sólo se leían, además se dibujaban,se comentaban, formaban parte de nuestros juegos en la calle cuando escapábamos de la dictadura del balón y junto con el escaso cine que estaba a nuestro alcance, constituían la materia prima de nuestros sueños. Vestido con cualquier trapo de los que había por casa y armado de aquel palo traído de la calle, me convertía en mis héroes predilectos.

Podía ser el Capitán Trueno rescatando una imaginaria dama indefensa que , curiosamente, tenía el rostro de aquella vecinita, o un Robín Hood de pasillo, que robaba a los padres “ricos“ para dárselo a los hijos “aún más pobres”, el Corsario de Hierro abordando un Sofá desprevenido, aquél héroe griego oculto en la mesa camilla para sorprender a los troyanos que ya se creían victoriosos o el valeroso sargento de hierro de las hazañas bélicas:

- ¡ Malditos “Japos” , fuera de mi salón!, rata ta ta ta… -
- ¡ Ulysiiiito… a cenar!
- ¡ No me cogeréis vivo!- musitaba entre dientes mientras lanzaba, en arco, una imaginaria granada.

Entonces descubrí a aquellos héroes de Marvel Comics Group. Aquellos tebeos nos mostraban las dudas, las heridas, las derrotas y la soledad de los héroes. Un gigante verde con mente de niño , encarnando la moderna versión de Jekyll y Hide . Un héroe ciego que no se resignaba a su discapacidad. Todo Un Dios del Trueno condenado a vivir entre mortales por complejas cuestiones generacionales relacionadas con la mitología nórdica. Un superviviente de la Segunda Guerra Mundial, vestido de bandera Yanquee, eterno guardián de los valores democráticos. Una escultural belleza aristocrática llegada del Este, a la que comparaban, cruelmente, con cierta araña venenosa. Un androide capaz de modificar su masa y su densidad, pero extrañamente sensible a los estragos del amor. Un grupo de acomplejados mutantes que salvaban al mundo bajo la dirección de un paralítico de mente privilegiada. Una fascinante hechicera vestida de escarlata, fascinante de verdad…

No se limitaban a ofrecernos sus aventuras y combates. Nos mostraban también sus anhelos, sus miedos y sus conflictos internos. Nos invitaban a adentrarnos en sus sentimientos, en un mundo de constantes desafíos y dudas, en el eterno equilibrio entre poder y debilidad, muy lejos de aquellos otros héroes poco creíbles de nuestra tierna infancia, que nunca fracasaban y sonreían ante el rostro de la muerte.

Aquellos mundos y aquellas aventuras eran mi refugio fantástico. Pero si de verdad queríais verme disfrutar imaginadme trasladado a las alturas de New York. Allí, bajo la apariencia de un joven que sufre el desdén de sus iguales, se ocultaba la identidad de un héroe incomprendido. Un personaje al que atormentan los problemas cotidianos, rodeado de enemigos con mayores habilidades que las suyas, obligado a una constante lucha y una eterna elección: vivir una vida sencilla o aceptar la exigencia de ser un héroe. Principal víctima de sus propias hazañas, , siempre tentado de abandonar su uniforme de combate en un cubo de basura, para terminar aceptando un destino que puede resumirse en una frase: “ Un gran poder implica una gran responsabilidad”.


Pasaron los años. Por fin crecí, mucho y repentinamente. Descubrí que durante años traté de adaptar mi esquema corporal al futbol cuando había sido diseñado para el baloncesto. ¡ Lo qué consigue un poco de autoconfianza!, ¡ Incluso llegué a ser un central aceptable!. En algún momento que no logro determinar se acabaron los motes y llegó a estar bien visto estar rodeado de chicas. Pero lo mejor fué descubrir que yo también les gustaba a ellas… a veces .

El cómic evolucionó mucho. A las antiguas propuestas se añadieron otro tipo de dibujantes y guionistas, el mal llamado “ cómic adulto”, las grandes revistas de ficción… en fín, dejémoslo aquí, porque ya me estoy alargando en exceso y necesitaría otro texto de la misma extensión. La literatura, la música y el cine tomaron su papel protagonista pero nunca, fijaos bien, nunca, he dejado de ser un lector de tebeos, perdón .. de cómics.

¿ Y por qué os he contado todo esto? Quizá por que siempre me gusta dejaros algo de mí a través de estos escritos y esta pasión me describe. Quizá sea porque cuando vuelvo a tener entre mis manos una de estas obras de arte y toco el áspero y amarillento papel con mis dedos y me llega ese viejo olor a imprenta vuelvo a recordar. Recuerdo una infancia feliz, ¡ Qué narices!, ¡Accidentada, sí.., pero feliz!. Recuerdo las tardes de verano, a la sombra, en un descampado, cuando todavía hacia excesivo calor para que el balón rodase, aquellos largos ceremoniales del intercambio de tebeos y vienen a mi mente muchos rostros a los que, de pronto, echo de menos. Recuerdo aquellas horas interminables, en mi refugio de papel, empapándome de emociones y enseñanzas a través de los personajes de ficción. Pero sobre todo recuerdo a mi abuela, su sonrisa enigmática que presagiaba su cargamento de ilusión, su risa cuando le decía los nombres de algunos de los personajes de las portadas y aquel brillo en su mirada que parecía decirme que ella estaba disfrutando aquel momento casi tanto como yo.

Así que siempre que leo un cómic, leo un libro, escucho un gran tema musical, veo una pintura hipnotizante, veo una de mis escenas preferidas o leo un escrito en un blog de esos que consiguen parar el tiempo, pienso en sus creadores, en todas las sensaciones, recuerdos y pensamientos que consiguen evocar con su esfuerzo y su generosidad. Creo que, en cierto modo consiguen construir algo bello en los demás y me viene a la mente aquella frase:

“ Un gran don implica una gran responsabilidad” …¿ O no era así?

Y entonces consigo visualizar otra vez aquella viñeta en la que el protagonista recupera de la basura su uniforme de combate . La viñeta siguiente nos muestra la soledad del héroe, aceptando su destino, con la inmensidad de la ciudad como fondo. Finalmente, destacado sobre negro se puede leer…

“continuará…”


Firmado:

Plataforma ( No oficial) de admiradores de Julien Sorel y del “Sonrían…”, uno de esos blogs que sirven de refugio y en los que siempre se encuentra un ratito de felicidad...como en el cómic.
Con gratitud,

Ulyses.