“…Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…”
Roy Batty . Blade Runner
El paseo le tranquiliza y le ayuda a olvidar sus tics. Guarda un pañuelo en el bolsillo del pantalón , uno de aquellos viejos pañuelos de hilo. Lo busca con torpeza, lo saca con parsimonia, hace un ovillo con el para limpiar las comisuras de la boca. Después, el ritual a la inversa hasta conseguir doblarlo de nuevo e introducirlo en el bolsillo. Agradezco este ritual que repite una y otra vez porque no le hace daño. Cuando no repara en su pañuelo se dedica a frotarse las manos con desesperación, dedos contra dedos, como si se lavara, hasta producirse llagas. También se pellizca los dedos como si tuviese restos de algo pegajoso. Me recuerda la forma en que se limpiaba el yeso, cuando aún trabajaba, ese yeso que tuvo que limpiar de sus manos tantas veces.
Fue diagnosticado con la enfermedad de Alzheimer hace algunos años. Desde entonces la enfermedad ha progresado en su conquista sin misericordia, arrebatándole sus recuerdos, la conciencia de lo que es real y lo que no, le ha condenado a depender de otros para las tareas más sencillas y le ha sumido en una mazmorra de confusión . Enemigo poderoso, ambicioso, sin asomo de piedad, no cejará hasta haberle exigido en cruel tributo todo lo que le permite vivir.
Anda muy despacio, con gran inseguridad. A veces se detiene y mira a su alrededor frunciendo el ceño, como si tratase de orientarse. Es sólo un gesto inútil más, en realidad no sabe dónde está aunque sólo nos hemos alejado unos metros de su propia casa.
En un principio determinamos plantar cara. Disputarle a la enfermedad cada palmo de memoria, resistir atrincherados en cada recuerdo, aferrados a la bandera de la vida, con ese mismo espíritu de lucha que el me transmitió en mi infancia : no rendirse, no perder el tiempo en lamentos, no permitir que el miedo nos impida hacer lo necesario, resistir hasta que lleguen los refuerzos.
- Tu vales mucho-
Esta corta frase me la repetía cada vez que yo enfrentaba una dificultad en mi vida, para infundirme valor en mis largas estancias en el hospital , para recuperarme de los fracasos. Era su sencilla receta de motivación a falta de poder ofrecerme una mejor ayuda y siempre la recibí con gratitud.
Detiene su paseo para mirarme y esboza una sonrisa. Transmite cariño en su mirada y su rostro amable da la sensación de que puede recordar. Pero es sólo una ilusión, un instante de brillo fugaz y sus ojos vuelven a inundarse de desconcierto. Hay momentos en que este estado de falsa lucidez dura algo más y trata de mantener una sonrisa cortés e iniciar una conversación. Pero hace ya mucho tiempo que perdió la capacidad de articular las palabras y las ideas. Sólo consigue un discurso incomprensible, lleno de tartamudeos y repeticiones, sin sentido.
Lo intentamos. Lo intentábamos hasta que me pedía con su mirada suplicante que dejará de mostrarle fotos, que dejará de interrogarle, que no insistiese más. Aquellos intentos sólo le hacían más daño y le hacían sentirse humillado frente a sus progresiva pérdida de capacidad. Y el avance enemigo continua. Llegaron las alucinaciones, las conversaciones con personajes que sólo estaban en su mente, los viajes a ninguna parte, las huidas de su propio hogar…
- ¿ Tiene Vd. Hijos?- Le preguntó el Juez, el día en que se decidía su inhabilitación legal, el día en que se juzgo su capacidad para tomar decisiones.
- ¿ Hijos…? – Dice mirando con extrañeza a su interlocutor.
- no… creo que no…,Señor –
- ¿ Conoce Vd. a la persona que se sienta a su lado?- insiste el juez señalándome.
- Su mirada se encuentra con la mía, extrañada. Tarda un tiempo en contestar.
- Creo… que… un amigo.
En otras ocasiones detiene su paseo para mirarme con desconcierto, como si de pronto hubiese descubierto algo importante y unas lágrimas amenazan con fluir. Quizá trata de recordar quién soy yo. Su rostro hace patente el esfuerzo por llegar a un recóndito lugar en su memoria, algún rincón profundo y oscuro dónde le ha parecido ver mi rostro. El esfuerzo dura apenas un momento. En aquel rincón ya no queda nada. Vuelven el gesto inexpresivo y la mirada perdida.
Apenas habla, sólo frases muy cortas y conceptos muy sencillos. Pero el piensa que mantiene largas conversaciones. Son conversaciones mudas, llenas de animados gestos, de sonrisas y asentimientos. Conversaciones sin palabras, sin sonido, sin interlocutor, sin contenido, pero cualquier observador pensaría que se encuentra en otro lugar, manteniendo una animada y productiva charla con sus seres queridos, con amigos que lo respetan y lo escuchan. A veces levanta las manos llamando a alguien que sólo está en su mente, pidiéndole que vuelva.
- ¿ Dónde vamos? – Me pregunta cuando le cojo del brazo para ayudarle a superar el bordillo de una acera.
- A casa- Respondo.
No sabe dónde está. El piensa que me refiero a la casa de su infancia. Los pocos recuerdos que le quedan se pierden en su infancia y su juventud. Recuerda a su madre, cree que sigue teniendo tres hermanos, cree que aún vive en el viejo barrio al que se llegaba desde el metro y tras media hora de caminata por el descampado. No recuerda a su mujer, mi madre. No recuerda a hijos ni a nietos. Ya no tiene amigos.
Ella, mi madre, es la gran heroína de esta historia, la última línea de defensa, la que sigue plantando cara a la enfermedad ignorando sus propios achaques. Una Agustina de Aragón que aguanta en pie, irreductible, con el lema “No mientras esté yo..”. Ella es quien le sostiene y se ocupa de todas sus necesidades, sin dejarnos casi intervenir, salvo para acompañarle en sus paseos. Le pido a Dios que yo haya heredado esa firmeza y esa fidelidad.
Le paso el brazo por los hombros y le doy unos ligeros golpecitos. Le gusta ese gesto. A medida que fue perdiendo su mente agradece más el contacto físico. Es extremadamente sensible al cariño y se ha convertido, prácticamente, en el único idioma en el que nos comunicamos con él . Cuando le cojo de esta manera, interrumpe su paseo, aparca una de sus conversaciones silenciosas y me pregunta:
-¿ Quien eres tú? – con el ceño fruncido y mirándome como un extraño que de pronto se hubiese añadido a la conversación.
- Soy tu amigo- respondo.
Se que esa respuesta le tranquiliza. Cualquier otra respuesta le habría enviado a otro viaje estéril a las lóbregas profundidades de su memoria. Esos viajes que tanto le cuesta hacer y de los que tanto le cuesta , cada vez más, volver. Asiente varias veces. Un obstáculo insignificante, un pequeño bordillo casi le hace perder el equilibrio, pero le tengo firmemente agarrado y se apoya en mí.
Me mira, me sonríe, se agarra con más fuerza y me señala repetidamente con su dedo índice.
- Tú vales mucho- dice.
No puedo contener las lágrimas. Puede haber sido una casualidad, puede que sea un recuerdo fantasmal que vaga por las frías y vacías bóvedas de su memoria, puede que en algún rincón aún quede algo, alguna imagen aislada y borrosa que de vez en cuando emerge para darle una alegría.
Vídeo de "¿ Y tú quién eres?" (2006) Antonio Mercero. Por cortesía de Luisa (Gracias).